Desde sus comienzos en París en 1969, Monique de Roux se interroga a sí misma, plasmando en sus cuadros sueños difíciles de descifrar.
Primero fueron sus grabados, cuyos sepias, negros y grises crearon un mundo crepuscular en que los maniquíes y los pájaros demasiado quietos esperaban un soplo de vida que les animase. Luego, con una sensibilidad muy europea, la pintora descubre e interpreta a Pietro de la Francesca, encontrando en su calma arquitectura y sus formas rotundas el equilibrio que le conviene.
Decía Philipp Otto Runge: "el color es el arte supremo, que es y debe ser místico". A veces cambiar de continente es cambiar de forma de sentir. En 1988, una larga estancia en Panamá introduce en la obra de Monique de Roux una explosión cromática en que los cobaltos y los índigos sostenidos, los amarillos verde limón, se adueñan del lienzo. Nunca más le abandonarán los colores, sus bellas islas particulares, las cuales, una vez descubiertas, forman parte de la geografía.
Al igual que Friedrich y William Blake, Monique de Roux se expresa en lenguaje simbólico. En sus cuadros, la modelo puede estar peinándose, durmiendo, fumando. Siempre se trata de la misma figura anónima, cuyos rasgos de dulzura femenina, están enterrados bajo perfiles voluntariamente exagerados: es, principalmente, un volumen. En cambio, de la silueta masculina, que esté ejerciendo de acróbata o de jinete, la pintora retiene el movimiento: es, principalmente, un esquema. Con el volumen y el esquema entramos en el dominio de la pura geometría, cuyo fuerte bastidor sostiene toda la obra de Monique de Roux, como se hace patente al estudiar la composición de sus numerosos bodegones, donde la atención no está desviada por la figura humana.
¿Acaso hay en el ser humano, a pesar de las diversas culturas o circunstancias históricas, que se afirman y plasman en una infinidad de gustos variables, una búsqueda del arquetipo de una belleza inmutable y absoluta? Si es así, la obra de Monique de Roux es un acercamiento al número áureo, porque condensa lo que hay de preciso en la estética. Sus creaciones son económicas, conservando solamente de la realidad lo esencial. Ella es, según el legado de Pitágoras, la "técnica", la "que compone con arte" y selecciona los elementos necesarios para la recomposición del caos dentro de un nuevo orden, un orden tan acorde con el ritmo del cosmos como la respiración humana es acorde con la respiración del mar.
Cantan los cuadros, si están bien proporcionados. Es un sonido apenas perceptible, pero persistente; ante los lienzos de Monique de Roux, aliento al espectador a escucharlo.
Thérèse D'Outreligne
Torrelodones, Marzo 1999